Acts 12

Martirio de Santiago y prisión de Pedro

1En aquel tiempo el rey Herodes
1. Herodes Agripa I, nieto de aquel cruel Herodes el Grande, que mató a los niños de Belén, y sobrino de Herodes Antipas que se burló del Señor (Lc. 23, 8 ss.).
empezó a perseguir a algunos de la Iglesia;
2y mató a espada a Santiago, hermano de Juan
2. Se trata aquí de Santiago el Mayor, cuya decapitación tuvo lugar en Jerusalén el año 42. Sobre Santiago el Menor cf. v. 17. Una tradición traída por Clemente Alejandrino refiere que Santiago murió perdonando al que lo había delatado, el cual también se hizo cristiano. Contra los que pretenden que Juan murió aquí con su hermano (cf. Mc. 10, 39), basta recordar que San Pablo lo encuentra vivo en Jerusalén siete años después (Ga. 2, 9).
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3Viendo que esto agradaba a los judíos, tomó preso también a Pedro. Eran entonces los días de los Ázimos
3. Los días de los Ázimos: La semana de Pascua.
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4A este lo prendió y lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de soldados de a cuatro hombres cada uno, con el propósito de presentarlo al pueblo después de la Pascua. 5Pedro se hallaba, pues, custodiado en la cárcel, mas la Iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él
5. Sin cesar: es el verdadero sentido de la locución griega echemos que Lucas aplica a la oración de Jesús (Lc. 22, 44).
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6Cuando Herodes estaba ya a punto de presentarlo, en aquella misma noche Pedro dormía en medio de dos soldados, atado con dos cadenas, y ante las puertas estaban guardias que custodiaban la cárcel. 7Y he aquí que sobrevino un ángel del Señor y una luz, resplandeció en el aposento, y golpeando el costado de Pedro lo despertó, diciendo: “Levántate presto”. Y se le cayeron las cadenas de las manos
7. ¡Presto! Al decirle esta palabra ya estaba dándole la idea de un milagro, pues Pedro no habría podido moverse con rapidez sin ser aliviado de las cadenas.
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8Díjole entonces el ángel: “Cíñete y cálzate tus sandalias”; y lo hizo así. Díjole asimismo: “Ponte la capa y sígueme”. 9Salió, pues, y le siguió sin saber si era realidad lo que el ángel hacía con él; antes bien le parecía ver una visión. 10Pasaron la primera guardia y la segunda y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió automáticamente. Y habiendo salido pasaron adelante por una calle, y al instante se apartó de él el ángel.

Pedro se retira a otra parte

11Entonces Pedro vuelto en sí dijo: “Ahora sé verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado de la mano de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos”. 12Pensando en esto llegó a la casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos haciendo oración
12. Se cree comúnmente que este Marcos es el Evangelista del mismo nombre.
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13Llamó a la puerta del portal, y salió a escuchar una sirvienta llamada Rode, 14la cual, reconociendo la voz de Pedro, de pura alegría no abrió la puerta sino que corrió adentro con la nueva de que Pedro estaba a la puerta. 15Dijéronle: “Estás loca”. Mas ella insistía en que era así. Ellos entonces dijeron: “Es su ángel”
15. Su ángel: el Ángel Custodio (cf. Mt. 18, 10). Su existencia se conocía desde el Antiguo Testamento (Dn. 10, 13 y 20 s.), pero es de notar aquí el espíritu de fe de los cristianos, que se apresuran a pensar en las explicaciones de orden sobrenatural, que hoy difícilmente se buscarían no obstante haber pasado tantos siglos de experiencia cristiana.
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16Pedro, empero, siguió golpeando a la puerta. Abrieron, por fin, y viéndolo quedaron pasmados. 17Mas él, haciéndoles señal con la mano para que callasen, les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel, Después dijo: Anunciad esto a Santiago y a los hermanos. Y saliendo fue a otro lugar
17. Vemos el ambiente de fraternidad en que vivían los santos comunicándose todo entre ellos, en medio de esa vida aventurera que llevaban, como malhechores que tienen que ocultarse. Lo mismo sucedía en las catacumbas. “¡Cuántas veces, dice un piadoso autor, tenemos que pasar por desobedientes... para obedecer!” A otro lugar : si el autor sagrado no indica el lugar adonde se retiró Pedro después de escapar de Herodes, lo hizo probablemente por razones de seguridad para el Príncipe de los apóstoles. “Para algunos este otro lugar es Roma, adonde Pedro habría partido sin demora. Para otros es Antioquía. Otros, tal vez más prudentes, no alejan demasiado al Apóstol de Jerusalén. Los escritos apostólicos no nos dicen casi nada de los hechos y actitudes de Pedro después de su liberación. S. Pablo se encuentra de nuevo con él en Jerusalén, para el concilio (15, 7), y más tarde en Antioquía (Ga. 2, 11). Entre los bandos que se formaron en la Iglesia de Corinto, menciona uno que se apoya en Pedro: Yo soy de Cefas (1 Co. 1, 13). Quizá es este un indicio de que Pedro visitó esa ciudad, como parece afirmarlo S. Dionisio de Corinto. Por lo demás, a pesar de las negaciones desesperadas a las cuales los descubrimientos arqueológicos recientes han dado el golpe de gracia, es históricamente cierto que Pedro fue a Roma y murió allí. Pero ¿cuándo fue allá?... En todo caso los datos escriturarios no permiten precisar las idas y venidas ni fijar su cronología; y en cuanto a los de la tradición están lejos de disipar toda incertidumbre” (Boudou). El apóstol Santiago del que aquí se hace mención es Santiago el Menor, hijo de Alfeo y “hermano”, es decir, pariente del Señor. El fue el primer Obispo de Jerusalén. Cf. v. 2 y nota.
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18Cuando se hizo de día, era grande la confusión entre los soldados sobre qué habría sido de Pedro. 19Herodes lo buscaba y no hallándole, hizo inquisición contra los guardias y mandó conducirlos (al suplicio)
19. Parece indudable que los guardias fueron ajusticiados sin culpa, como en el caso de los santos Inocentes. Bien podríamos suponer que Dios salvó sus almas por amor a su siervo Pedro, como en el caso de S. Pablo (16, 25-34).
. Él mismo descendió de Judea a Cesarea en donde se quedó.

Fin espantoso del perseguidor

20Estaba (Herodes) irritado contra los tirios y sidonios; mas ellos de común acuerdo se le presentaron y habiendo ganado a Blasto, camarero del rey, pidieron la paz, pues su país era alimentado por el del rey. 21En el día determinado Herodes, vestido de traje real y sentado en el trono, les pronunció un discurso. 22Y el pueblo clamaba: Esta es la voz de un dios y no de un hombre. 23Al mismo instante lo hirió un ángel del Señor por no haber dado a Dios la gloria; y roído de gusanos expiró
23. Por no haber dado a Dios la gloria: Dios no cede a nadie el honor que a Él solo es debido (Is. 42, 8; 48, 11; Sal. 148, 13; 1 Tm. 1, 17). Esta horrible muerte de Herodes Agripa I, padre del rey Agripa II (cf. 25, 13) en igual forma que Antíoco Epífanes (2 Mac. 9, 5 ss.), nos muestra que no se incurre impunemente en esa soberbia, que será la misma del Anticristo (2 Ts. 2, 3 ss.; cf. Ez. 28, 5 y nota). El v. 24 muestra, en notable contraste, cómo la semilla divina germinaba en medio de la persecución (cf. 8, 1 y nota). Las persecuciones son para la Iglesia lo que el fuego para el oro (S. Agustín). Cf. 1 Pe. 1, 7. “La fuerza espiritual de la Iglesia se encuentra como ligada a su debilidad temporal: el poder de Cristo no fue nunca tan arrollador como en la Cruz” (Pio XI).
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24Entretanto la palabra de Dios crecía y se multiplicaba. 25Mas Bernabé y Saulo, acabada su misión, volvieron de Jerusalén llevando consigo a Juan, el apellidado Marcos.
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